Con el agravamiento de su enfermedad aumenta la especulación sobre qué pasará si Hugo Chávez queda descartado del poder en Venezuela.  Hay quienes consideran que la desaparición de Chávez será el fin del chavismo. No tiene que ser necesariamente así; el chavismo puede sobrevivir. El resultado dependerá del papel que jueguen los factores internos y externos, y la casualidad histórica.

Si Fidel Castro hubiera perdido la vida en el ataque al cuartel Moncada en 1953, o en la prisión de Isla de Pinos o si no hubiera sido puesto en libertad por la amnistía decretada por el General Batista, difícilmente Cuba se habría convertido en un satélite aliado de la URSS.

Cuba, con un nivel de alfabetización del 76%, con la mortalidad infantil más baja de toda Latinoamérica y la decimotercera en el mundo, y con la tercera producción per cápita de Latinoamérica, pudiera haber continuado su progreso económico.   Seguramente también habría reencontrado el camino hacia la democracia, interrumpida por el golpe de estado de Fulgencio Batista en 1952.

Si Hugo Chávez hubiera muerto durante su intento de golpe de estado, o si el presidente Caldera no lo hubiera  indultado, la historia de Venezuela habría sido completamente diferente.

El inesperado cáncer de Chávez es otra contingencia o una decisión de la providencia.  Pueden haber más sorpresas en el futuro venezolano o en el cubano que influirían en el desenlace de los acontecimientos en ambos países.  Pero la muerte de Chávez no tiene necesariamente que provocar el fin del chavismo. Por el contrario, puede ser hasta una oportunidad para su consolidación y permanencia como una fuerza política en Venezuela.

El chavismo no es el Socialismo del Siglo XXI. Son dos cosas que obedecen a circunstancias y necesidades diferentes.  El Socialismo del Siglo XXI es un eco distante y superficial de la fracasada propuesta marxista-leninista de la Guerra Fría del pasado siglo, mezclado con el viejo resentimiento antiyanqui de los latinoamericanos, del Buen Salvaje al Buen Revolucionario de Carlos Rangel.

El presidente de Uruguay, José “Pepe” Mujica, dijo hace poco que cuando su colega venezolano Hugo Chávez “pase” no habrá “construido ningún socialismo”.  Mujica tiene toda la razón. La principal función de esta arenga con rimbombante nombre es darle una razón de ser, un grito de guerra, a la alianza conocida como el ALBA.

El Socialismo del Siglo XXI ha sido la solución semántica a la falta de contenido de un frente político  cuyo único fin ha sido atacar verbalmente a los Estados Unidos mientras se hacían negocios con el mismo país denunciado como el enemigo de la humanidad.

Pero ¿que será del ALBA? es menos importante a la muerte de Chávez que el tema que nos ocupa: ¿que será del chavismo?

El chavismo es el caudillismo histórico arropado de internacionalismo antiyanqui.  Es una vieja estafa maquillada a la última moda para lograr el apoyo de los “desposeídos”.  Esta armado del lenguaje socialista y de toda la parafernalia que permiten los medios de información modernos.   En ninguna forma puede ser  subestimado.   La elite chavista es una clase voraz y destructiva desplazando a otra sin visión política, pero productiva y creativa, que aceptaba el juego democrático y los derechos humanos.

Como el chavismo tiene que destruir la economía privada para eliminar el poder político de la clase que sustituye, no se puede concebir este movimiento sin una generosa industria petrolera, como tampoco podría haber sido posible el proyecto castrista en Cuba sin una formidable subvención externa, primero de la URSS y luego de Hugo Chávez.

Quienes, ante la eventual desaparición de Chávez, vaticinan la segura muerte del chavismo, no le dan mucho peso a las raíces de este fenómeno político. Se inclinan a definirlo como un proyecto disparatado y desordenado dirigido por un imprescindible e insustituible caudillo.  Le dan mucha importancia al aspecto demagógico del dirigente. Resaltan el aspecto teatral de Chávez, sus payasadas, groserías e insolencias.   En realidad estas características le han ayudado a motivar, unir y dar dirección a un porcentaje significativo de venezolanos.

Para ellos Chávez es el látigo de los que tuvieron más en el pasado. Es el dirigente que ayuda a los que tienen menos. El que desplazó a la clase que había sido privilegiada en la Venezuela de los dos grandes partidos tradicionales.  Es el líder mundial que todo pueblo aspira a tener.  Hay una buena dosis de demagogia en todo esto, pero los chavistas creen en la legitimidad de su planteamiento y eso para ellos es lo importante.  El hecho es que cualquiera que sea el porcentaje de simpatizantes que tenga el chavismo, el movimiento chavista ha demostrado que es una fuerza influyente.

No parecería razonable pensar que a la muerte de su dirigente el movimiento se desintegrará y todos se irán a sus casas tranquilamente, renunciando a las posiciones o a las expectativas que han alcanzado o que creen lograrán en la Venezuela del siglo XXI.  El futuro del chavismo dependerá de varios factores, pero entre estos puede ser determinante la facción que se quede con el poder del movimiento.

Hay un sector de chavistas nacionalistas más interesados en los cambios en Venezuela que en seguirle los pasos al comunismo castrista. En realidad no quieren que se repita en Venezuela la experiencia cubana.  Esta actitud es el resultado de algún nivel de información sobre la difícil realidad de la población en la isla.  Lamentablemente no parecen saber cómo el castrismo se transformó, paso a paso, de un movimiento popular en una tiranía totalitaria.

Aunque ellos no lo piensen así, para los chavistas nacionalistas la muerte de Chávez podría ser una verdadera bendición. Chávez va radicalizando un proceso que cada vez se acerca más al seguido por Fidel Castro en Cuba.  Sin Chávez al frente, este sector tendría posibilidades de presionar por una fórmula que les permitiera participación en las decisiones.  Esta es una posibilidad, aunque hay que reconocer que hoy están atrapados entre la demagogia de Chávez y el miedo al enemigo “reaccionario”.

Las aspiraciones de este sector no han podido llegar muy lejos porque Hugo Chávez quiere manejar el proceso como un líder indiscutido. La moderación va en su contra. También va en contra de los intereses del castrismo.  Mientras Chávez viva, serán los radicales -los chavistas castristas- los que controlarán el poder del movimiento chavista en Venezuela.   A su muerte hay la posibilidad de un  reacomodo pero no puede esperarse que esto suceda automáticamente, ni que incluso sea la alternativa con más posibilidades.

Los chavistas nacionalistas pueden ser neutralizados por el aparato cubano y por los chavistas castristas. Si esto no sucediera, el movimiento chavista podría sobrevivir como una fuerza política dentro de un marco democrático. En este escenario incluso la pérdida  de las elecciones no es el fin del chavismo.  Si  aceptaran una eventual  derrota electoral, el chavismo se convertiría en una fuerza legítima en Venezuela.   Eso hicieron los sandinistas a la pérdida de las elecciones en las que triunfó Violeta Chamorro.

El problema del chavismo es que el movimiento ha sido controlado desde el principio por los chavistas castristas. Un núcleo heterogéneo de demagogos, corruptos, oportunistas, narcotraficantes, empresarios y militares que no están dispuestos a perder el control de Venezuela.   Se han enriquecido bajo el chavismo y disfrutan de la impunidad que les brinda un poder sin frenos.  Hugo Chávez es el principal chavista castrista. Raúl Castro y su élite reaccionaria también lo son.  Están convencidos de que su alianza y los métodos de control copiados de Cuba les garantizarán la inmunidad y el poder en ambos países.

Sin Chávez, este grupo tratará de mantener el poder en Venezuela. Pueden equivocarse en su maniobra y provocar una crisis que pondría en riesgo el control que tienen y la estabilidad del régimen en Cuba. No se sabe cuál puede ser la reacción de la comunidad internacional, de la oposición venezolana, o incluso del sector de chavistas nacionalistas.

Los chavistas nacionalistas no tienen muchas posibilidades de arrebatarles a los chavistas castristas el control del movimiento y del país aunque muera Chávez, a menos que una crisis les brinde la oportunidad.

En realidad,  para los chavistas moderados la forma más fácil de desplazar a los chavistas castristas es perdiendo las elecciones.  Si votan por la oposición democrática o si se abstienen de votar por el candidato oficial provocarían la derrota del castro-chavismo y podrían tomar el control del movimiento encausándolo democráticamente.

Los Estados Unidos, por ser el principal comprador del petróleo venezolano, y otros países por su prestigio pueden influir en los acontecimientos en Venezuela.  Pueden apelar a los chavistas nacionalistas a tomar el control de su partido eliminando la influencia del castrismo cubano.  Al mismo tiempo deben advertir a los chavistas castristas y al propio régimen de La Habana que el juego sucio en el proceso electoral en Venezuela tiene un precio. Esto dependerá en buena parte del papel que quiera asumir Barack Obama o Mitt Romney.

Los dos argumentos de este comentario se resumen a que si Chávez deja de ser el dirigente del chavismo el futuro en  Venezuela no está escrito piedra y además, que el chavismo no tiene que morir con Chávez.

El informado escrito de Miguel Arencibia en Cubanalisis: ¡Que viene el Neo chavismo!   plantea  una dirección. El compatriota Darsi Ferrer en El jaque mate venezolano sostiene otra. El estudio de Datanalisis: Articulación del Chavismo y Sucesión de Hugo Chávez de María Díaz y Carlos Lagorio nos brinda una visión histórica del chavismo y el posible rol de sus principales personajes.  Recomiendo las lecturas de los tres trabajos.