Viendo que hay varios post recordando al gran Don José de San Martín, vi que faltaban las cosas que más me llegan de él: las máximas que le escribió a su hija Mercedes y sus pensamientos, expresados en frases que nunca pierden vigencia. Las máximas dirigidas a su hija también valen para nosotros.

Cuando San Martín partió de Mendoza para cruzar los Andes, su hija Mercedes tenía cuatro meses y se volvieron a ver en 1818 después del triunfo de Chacabuco.

Debido a la enfermedad de su esposa Remedios, su hija, la niña Mercedes fue criada y educada por sus abuelos, lo que derivó en una niña caprichosa y maleducada.

En 1824 se embarcaron juntos a Europa y una vez en Francia, el General San Martín se ocupó de reeducarla, y entre otras cosas escribió estas Máximas en el año 1825:

MÁXIMAS PARA MI HIJA

1. Humanizar el carácter y hacerlo sensible aun con los insectos que no perjudican. Stern ha dicho a una mosca abriéndole la ventana para que saliese: «Anda, pobre animal, el

es demasiado grande para nosotros dos».
2. Inspirarle amor a la verdad y odio a la mentira.
3. Inspirarla a una gran confianza y amistad pero uniendo el respeto.
4. Estimular en mercedes la caridad con los pobres.
5. Respeto sobre la propiedad ajena.
6. Acostumbrarla a guardar un secreto.
7. Inspirarle sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones.
8. Dulzura con los criados, pobres y viejos.
9. Que hable poco y lo preciso.
10. Acostumbrarla a estar formal en la mesa.
11. Amor al aseo y desprecio al lujo.
12. Inspirarle amor por la Patria y por la Libertad.

SAN MARTÍN, EL CONDUCTOR

La seguridad de los pueblos a mi mando es el más sagrado de mis deberes.

Mi vida es lo menos reservado que poseo; la he consagrado a vuestra seguridad; la perderé con placer por tan digno objeto.

Primero es ser que obrar. Las armas nos dan por ahora la existencia. Asegurada ésta por los esfuerzos militares, podremos entonces dedicarnos al interesante cultivo de las letras.

Es cierto que tenemos que sufrir escasez de dinero, paralización del comercio y agricultura, arrostrar trabajo y ser superiores a todo género de fatigas y privaciones; pero todo es menos que volver a uncir el yugo pesado e ingenioso de la esclavitud.

No perdonaré sacrificio que conduzca al restablecimiento de nuestras pasadas desgracias, siguiendo constantemente las huellas de dignidad y de prudencia que ha dejado estampadas en su marcha gloriosa el pueblo, cuyos solemnes votos me han constituido.

La unión y la confraternidad, tales serán los sentimientos que hayan de nivelar mi conducta pública cuando se trate de la dicha y de los intereses de los otros pueblos.

El genio del orden y el acierto presiden las deliberaciones del pueblo de Mendoza.

La moderación y la buena fe, tales los fundamentos sobre los que apoyo mis esperanzas de ver estrechados los vínculos sagrados que nos unen, y de no aventurar un solo paso que pueda romperlos o debilitarlos.

Mis necesidades están más que suficientemente atendidas con la mitad del sueldo que gozo.

Si es un deber de los magistrados para conservar la tranquilidad pública, separar de entre los buenos ciudadanos a los que por su interés particular, o por su error de ideas atentan contra los derechos de los demás; no es menos dispensarles su protección, si arrepentidos exigen indulgencia.

Las cárceles no son un castigo sino el depósito que asegura al que deba recibirlo. Y ya que las nuestras, por la educación, están muy lejos de equipararse a la policía admirable que brilla en los otros países cultos, hagamos lo posible para llegar a imitarles.

Conozca el

que el genio americano abjura con horror los crueles hábitos de sus antiguos opresores, y que el nuevo aire de libertad empieza a respirarse, extiende su benigno influjo a todas las clases del Estado.

Lo que no me deja dormir es la no oposición que puedan oponer los enemigos sino el atravesar estos inmensos montes.

El pueblo jamás se empieza a mover por raciocinio sino por hechos.

Mi existencia la sacrificaría antes que echar una mancha sobre mi vida pública, que se pudiera interpretar por ambición.

Toda conmoción popular tiene tres tiempos difíciles. En los momentos antes de la ejecución se suele pecar por imprudencia, en el acto de la ejecución por debilidad, y en los momentos posteriores por nimia o necia confianza. Por consiguiente, es fácil advertir que jamás deben dirigir un plan de revolución sino las personas más precisas y decididas, siendo el secreto su único misterio.

La reputación del generoso puede comprarse muy barato; porque no consiste en gastar sin ton ni son sino en gastar con propiedad.

Como hombre público y privado he tenido siempre derecho a ser creído.

Por inclinación y principios amo el gobierno republicano y nadie, nadie lo es más que yo.

Mi sable jamás saldrá de la vaina por

políticas.

Las revoluciones abren un

inmenso a la maledicencia, y sus principales tiros se dirigen principalmente contra los hombres que tienen la desgracia de mandar.

El conocimiento exacto que tengo de América, me dice que un Washington o un Franklin que se pusiese a la cabeza de nuestros gobiernos, no tendría mejor suceso que el de los demás hombres que han mandado, es decir, desacreditarse empeorando el mal.

El mejor gobierno, no es el más liberal en sus principios sino aquel que hace la felicidad de los que obedecen empleando los medios adecuados a este fin.

En mis providencias malas o buenas, jamás ha tenido parte la personalidad y sí, sólo el objeto del bien y la independencia de nuestro suelo.

En las guerras civiles el sistema reputar enemigo al que no es de la misma opinión, es la ley suprema.

Suponiendo que la suerte de las armas me hubiese sido favorable en la guerra civil, yo habría tenido que llorar la victoria con los mismos vencidos.

La presencia de un militar afortunado (por más desprendimiento que tenga) es temible a los Estados que de nuevo se constituyen.

Os ruego que aprendáis a distinguir los que trabajan por vuestro bien, de los que meditan vuestra rutina: no os expongáis a que los hombres de bien os abandonen al consejo de los ambiciosos.

Deseo que todos se ilustren en los sagrados

que forman la esencia de los hombres libres.

No hay juez más parcial que el amor propio; si alguno tengo, es el de haber dirigido bien las operaciones de esta campaña.

Los soldados de la patria no conocen el lujo, sino la gloria.

Administrar recta justicia a todos, recompensando la virtud y el patriotismo, y castigando el vicio y la sedición en donde quiera que se encuentren, tal es la norma que reglará mis acciones.

La seguridad individual del ciudadano y la de su propiedad deben constituir una de las bases de todo buen gobierno.

Dios conserve la armonía, que es el modo de que salvemos la nave.

Estoy convencido que cuando los hombres no quieran obedecer la ley, no hay otro arbitrio que el de la fuerza.

Miro como bueno y legal todo gobierno que establezca el orden de un modo sólido y estable.

Buenos Aires ha principiado y sostenido con magnanimidad la grandiosa empresa de una Patria.

La situación de este país es tal que al hombre que lo mande, no le queda otra alternativa que la de someterse a una facción o dejar de ser hombre público.

La historia y la experiencia de nuestra revolución me han demostrado, que jamás se puede mandar con más seguridad a los pueblos que después de una gran crisis.

Estoy firmemente convencido, que los males que afligen a los nuevos Estados de América no dependen tanto de sus habitantes como de las constituciones que los rigen. Si los que se llaman legisladores en América hubieran tenido presente, que a los pueblos no se les debe dar las mejores leyes, pero sí las mejores que sean apropiadas a su carácter, la situación de nuestro país sería diferente.

El empleo de la fuerza, siendo incompatible con nuestras instituciones, es, por otra parte, el peor enemigo, que ellas tienen.

Todo cálculo en revolución es erróneo; los principios admitidos como axiomas son, por lo menos, reducidos a problemas. Las acciones más virtuosas son tergiversadas y los desprendimientos más palpables son actos de miras secundarias; así es que no puede formarse un plan seguro, y al hombre justo no le queda otro recurso, en medio de las convulsiones de los Estados, que proponerse por parte de su conducta «obrar bien»: la experiencia me ha demostrado que ésta es el ancla de esperanza en las tempestades políticas.

No soy de los que creen que es necesario dar azotes para gobernar, pero sí, el que las constituciones que se den a los pueblos estén en aptitudes y género de vida.

Mi barómetro para conocer las garantías de tranquilidad que ofrece un país, las busco en el estado de su hacienda pública y, al mismo tiempo, en las bases de su gobierno.

Un buen gobierno no está asegurado por la liberalidad de sus principios, pero sí por la influencia que tiene la felicidad de los que obedecen.

No se debe hacer promesa que no se pueda o no se deba cumplir.

La marcha de todo Estado es muy lenta; si se precipita, sus consecuencias son funestas.

Protesto a nombre de la independencia de mi patria no admitir jamás mayor graduación que la que tengo, ni obtener empleo público, y el militar que poseo renunciarlo, en el momento en que los americanos no tengan enemigos.

No nos ensoberbezcamos con las glorias, y aprovechemos la ocasión de fijar la suerte del país de un modo sólido y tranquilo.

La religiosidad de mi palabra como caballero y como

, ha sido el caudal sobre que han girado mis especulaciones.

SAN MARTÍN, EL LIBERTADOR

Si alguna cosa es capaz de gloriarme en los sucesos felices que ha tenido el Ejército de los Andes, es la idea de la suerte próspera que se presenta a la América en medio de los triunfos que han adquirido sus armas.

Me he consagrado ardientemente a la causa de la revolución. Ni mi salud valetudinaria, ni sacrificio alguno es capaz de arredrarme.

Siempre hubiera sido estéril mi esfuerzo para llevar las armas de la patria al triunfo contra sus enemigos, si el virtuoso y magnánimo pueblo de Buenos Aires, no hubiese apurado sacrificios en auxilio del ejército.

Después de la desgracia del 19 (Cancha Rayada), fue la naturaleza quien halló y desplegó a mi vista el espectáculo del sentimiento más encantador que se puede gozar sobre la tierra: Yo juro delante de Dios y de la América que no será nominal mi reconocimiento.

Ante la causa de la América está mi honor; yo no tendré patria sin él y no puedo sacrificar un don tan precioso por cuanto existe en la tierra.

No hay respeto humano que deba guardarse cuando se trata de la seguridad y libertad americanas.

Desde el momento que presté mis primeros servicios a la América del Sur, no me ha acompañado otro objeto que su felicidad, éste es el norte que me ha dirigido y dirigirá hasta el fin de mis días.

Estoy al cabo de los grandes sacrificios que ha hecho ese pueblo y toda la provincia (Cuyo) que sólo pueden ser compensados con el conocimiento eterno de millares de generaciones americanas.

El amor a la patria me hace echar sobre mi toda responsabilidad si contribuyo a salvarla, aunque después me ahorquen.

Todo buen ciudadano tiene la obligación de sacrificarse por la libertad de su país.

Mi objeto desde la revolución no ha sido otro que el bien y felicidad de nuestra patria y al mismo tiempo el decoro de su administración.

Querer contener con la bayoneta el torrente de la opinión universal de la América, es como intentar la esclavitud de la naturaleza.

Anhelo sólo al bien de mis semejantes: procuro el término de la guerra; y mis solicitaciones son tan sinceras a este sagrado objeto, como firme resolución, si son admitidas, de no perdonar sacrificio por la libertad, por la seguridad y por la dignidad de la patria.

La desgracia puede reparase habiendo juicio.

Hagamos justicia a nuestra ignorancia y que el orgullo no nos precipite en el abismo.

¿Y quién hace zapatos me dirá usted? Andemos con ojotas; más vales esto a que nos cuelguen, y peor que esto, perder el honor racional.

Cuando me propuse derramar mi sangre por los intereses de nuestra causa, fue en el concepto de hacer su defensa con honor y como un militar, pero jamás me envolveré en la anarquía y desórdenes que son necesarios, y que deben manchar los párrafos de nuestra revolución.

Divididos seremos esclavos:

estoy seguro que los batiremos: hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares, y concluyamos nuestra obra con honor.

Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón.

Puedo asegurar que en mis providencias malas o buenas, jamás ha tenido parte de la personalidad y sólo el objeto del bien y de la independencia de nuestro suelo.

Sólo deseo la independencia de América del gobierno español, y que cada pueblo, si es posible, se dé la forma de gobierno que crea más conveniente.

El placer del triunfo para un guerrero que pelea por la felicidad de los pueblos, sólo se produce la persuación de ser un medio para que gocen sus derechos.

El

San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas, y sólo desenvainará la espada contra los enemigos de la independencia de Sud América.

Presencié la declaración de la independencia de los Estados de Chile y el Perú: existe en mi poder el estandarte que trajo Pizarro para esclavizar el

de los Incas, y he dejado de ser un hombre público; he aquí recompensados con usuras diez años de revolución y guerra. Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer su independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos.

Siempre estaré pronto a hacer el último sacrificio por la libertad del país, pero en clase de simple particular y no más.

En el último rincón de la tierra en que me halle estaré pronto a sacrificar mi existencia por la libertad.

Juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre o morir con ellas como hombres de coraje.

Al ejército de los Andes queda para siempre la gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos, y dimos la libertad a Chile.

Al americano libre corresponde transmitir a sus hijos la gloria de los que contribuyeron a la restauración de sus derechos.

Tiempo ha que no me pertenezco a mí mismo, sino a la causa del continente americano.

La biblioteca es destinada a la ilustración universal y más poderosa que nuestros ejércitos para sostener la independencia.

Parecer donde se eleve la libertad e independencia de la Patria, es la tumba más gloriosa para el bravo.

Nombres que se abandonan a los excesos son indignos de ser libres.

Soy enemigo de los tiranos, pero también lo soy de los malvados.

Perseguiré igualmente a los que atacando el orden social, sólo parecen nacidos para el oprobio y aflicción de la humanidad.

Nuestros desvelos han sido recompensados con los santos fines de ver asegurada la independencia de la América del Sud.

Los días de estreno de los establecimientos de ilustración, son tan luctuosos para los tiranos, como plausibles a los amantes de la libertad.

Para defender la causa de la independencia no se necesita otra cosa que orgullo nacional.

La libertad, ídolo de los pueblos libres, es aún despreciada de los siervos, porque no la conocen.

Sean cuales fueren las vicisitudes de la presente guerra, la independencia de la América es irrevocable.

La América del Sud será sepultada en sus ruinas antes que sufrir la antigua dominación.

La América es libre, y sus refoces rivales temblarán deslumbrados al destello de virtudes tan sólidas.

Nada debe ocuparnos sino el objeto grande de la independencia universal.

Mis débiles servicios estarán en todo tiempo prontos para la patria en cualquier peligro el que se halle.

Mi existencia misma la sacrificaría antes de echar una mancha sobre mi vida pública; que se pudiera interpretar por ambición.

Si somos libres, todo nos sobra.

La armonía que creo tan necesaria para la felicidad de la América, me ha hecho guardar la mayor moderación.

El último esfuerzo en beneficio de la América. Si éste no puede realizarse por la continuación de los desórdenes y anarquía, abandonaré el país, pues mi alma no tiene un temple suficiente para presenciar su ruina.

Brindo por la pronta conclusión de la guerra y por las organización de las diferentes Repúblicas del Continente.

Para defender la Libertad se necesitan ciudadanos, no de café, sino de instrucción y elevación moral.

Si alguna cosa es capaz de gloriarme en los sucesos felices que ha tenido el Ejército de los Andes, es la idea de la suerte próspera que se presenta a la América en medio de los triunfos que han adquirido sus armas.

Me he consagrado ardientemente a la causa de la revolución. Ni mi salud valetudinaria, ni sacrificio alguno es capaz de arredrarme.

Siempre hubiera sido estéril mi esfuerzo para llevar las armas de la patria al triunfo contra sus enemigos, si el virtuoso y magnánimo pueblo de Buenos Aires, no hubiese apurado sacrificios en auxilio del ejército.

Después de la desgracia del 19 (Cancha Rayada), fue la naturaleza quien halló y desplegó a mi vista el espectáculo del sentimiento más encantador que se puede gozar sobre la tierra: Yo juro delante de Dios y de la América que no será nominal mi reconocimiento.

Ante la causa de la América está mi honor; yo no tendré patria sin él y no puedo sacrificar un don tan precioso por cuanto existe en la tierra.

No hay respeto humano que deba guardarse cuando se trata de la seguridad y libertad americanas.

Desde el momento que presté mis primeros servicios a la América del Sur, no me ha acompañado otro objeto que su felicidad, éste es el norte que me ha dirigido y dirigirá hasta el fin de mis días.

Estoy al cabo de los grandes sacrificios que ha hecho ese pueblo y toda la provincia (Cuyo) que sólo pueden ser compensados con el conocimiento eterno de millares de generaciones americanas.

El amor a la patria me hace echar sobre mi toda responsabilidad si contribuyo a salvarla, aunque después me ahorquen.

Todo buen ciudadano tiene la obligación de sacrificarse por la libertad de su país.

Mi objeto desde la revolución no ha sido otro que el bien y felicidad de nuestra patria y al mismo tiempo el decoro de su administración.

Querer contener con la bayoneta el torrente de la opinión universal de la América, es como intentar la esclavitud de la naturaleza.

Anhelo sólo al bien de mis semejantes: procuro el término de la guerra; y mis solicitaciones son tan sinceras a este sagrado objeto, como firme resolución, si son admitidas, de no perdonar sacrificio por la libertad, por la seguridad y por la dignidad de la patria.

La desgracia puede reparase habiendo juicio.

Hagamos justicia a nuestra ignorancia y que el orgullo no nos precipite en el abismo.

¿Y quién hace zapatos me dirá usted? Andemos con ojotas; más vales esto a que nos cuelguen, y peor que esto, perder el honor racional.

Cuando me propuse derramar mi sangre por los intereses de nuestra causa, fue en el concepto de hacer su defensa con honor y como un militar, pero jamás me envolveré en la anarquía y desórdenes que son necesarios, y que deben manchar los párrafos de nuestra revolución.

Divididos seremos esclavos: unidos estoy seguro que los batiremos: hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares, y concluyamos nuestra obra con honor.

Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón.

Puedo asegurar que en mis providencias malas o buenas, jamás ha tenido parte de la personalidad y sólo el objeto del bien y de la independencia de nuestro suelo.

Sólo deseo la independencia de América del gobierno español, y que cada pueblo, si es posible, se dé la forma de gobierno que crea más conveniente.

El placer del triunfo para un guerrero que pelea por la felicidad de los pueblos, sólo se produce la persuación de ser un medio para que gocen sus derechos.

El general San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas, y sólo desenvainará la espada contra los enemigos de la independencia de Sud América.

Presencié la declaración de la independencia de los Estados de Chile y el Perú: existe en mi poder el estandarte que trajo Pizarro para esclavizar el

de los Incas, y he dejado de ser un hombre público; he aquí recompensados con usuras diez años de revolución y guerra. Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer su independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos.

Siempre estaré pronto a hacer el último sacrificio por la libertad del país, pero en clase de simple particular y no más.

En el último rincón de la tierra en que me halle estaré pronto a sacrificar mi existencia por la libertad.

Juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre o morir con ellas como hombres de coraje.

Al ejército de los Andes queda para siempre la gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos, y dimos la libertad a Chile.

Al americano libre corresponde transmitir a sus hijos la gloria de los que contribuyeron a la restauración de sus derechos.

Tiempo ha que no me pertenezco a mí mismo, sino a la causa del continente americano.

La biblioteca es destinada a la ilustración universal y más poderosa que nuestros ejércitos para sostener la independencia.

Parecer donde se eleve la libertad e independencia de la Patria, es la tumba más gloriosa para el bravo.

Nombres que se abandonan a los excesos son indignos de ser libres.

Soy enemigo de los tiranos, pero también lo soy de los malvados.

Perseguiré igualmente a los que atacando el orden social, sólo parecen nacidos para el oprobio y aflicción de la humanidad.

Nuestros desvelos han sido recompensados con los santos fines de ver asegurada la independencia de la América del Sud.

Los días de estreno de los establecimientos de ilustración, son tan luctuosos para los tiranos, como plausibles a los amantes de la libertad.

Para defender la causa de la independencia no se necesita otra cosa que orgullo nacional.

La libertad, ídolo de los pueblos libres, es aún despreciada de los siervos, porque no la conocen.

Sean cuales fueren las vicisitudes de la presente guerra, la independencia de la América es irrevocable.

La América del Sud será sepultada en sus ruinas antes que sufrir la antigua dominación.

La América es libre, y sus refoces rivales temblarán deslumbrados al destello de virtudes tan sólidas.

Nada debe ocuparnos sino el objeto grande de la independencia universal.

Mis débiles servicios estarán en todo tiempo prontos para la patria en cualquier peligro en que se halle.

Mi existencia misma la sacrificaría antes de echar una mancha sobre mi vida pública; que se pudiera interpretar por ambición.

Si somos libres, todo nos sobra.

La armonía que creo tan necesaria para la felicidad de la América, me ha hecho guardar la mayor moderación.

El último esfuerzo en beneficio de la América. Si éste no puede realizarse por la continuación de los desórdenes y anarquía, abandonaré el país, pues mi alma no tiene un temple suficiente para presenciar su ruina.

Brindo por la pronta conclusión de la guerra y por las organización de las diferentes Repúblicas del Continente.

Para defender la Libertad se necesitan ciudadanos, no de café, sino de instrucción y elevación moral.

SAN MARTIN, EL PENSADOR

Mi corazón se va encalleciendo a los tiros de la maledicencia, y para ser insensible a ellos me he aferrado con aquella sabia máxima de Epicteto: «Si l’on dit mal de toi et qu’il soit véritable, corrige-toi: si cesont des mensonges, ris en».

Estoy convencido, que la pasión del mando es en lo general lo que con más

domina al hombre.

Los hombres no viven de ilusiones sino de hechos.

La calumnia, como todos los crímenes, no es sino obra de la ignorancia y del discernimiento pervertido.

No he tenido más ambición que la de merecer el odio de la ignorancia y del discernimiento pervertido.

No he tenido más ambición que la de merecer el odio de los ingratos y el aprecio de los hombres virtuosos.

El camino más seguro de llegar a la cabeza es empezar por el corazón.

El hombre bajo todo gobierno será el mismo, es decir, con las mismas pasiones y debilidades.

Los hombres distamos de opinión como de fisonomías, y mi conducta, en el tiempo en que fui hombre público, no pudo haber sido satisfactoria a todos.

No en los hombres es donde debe esperarse el término de nuestros males: el mal está en las instituciones.

He mirado a mis enemigos con indiferencia o desprecio, mas me ha sido imposible tener igual filosofía con los que he conceptuado ser mis amigos.

En cuanto a mi conducta pública, mis compatriotas, como en lo general de las cosas, dividirán sus opiniones; los hijos de éstos darán el verdadero fallo.

La ilustración y fomento de las letras son las llaves maestras que abren las

de la abundancia y hacen felices a los pueblos.

Ser feliz es imposible, presenciando los males que afligen a la desgraciada América.

Yo no puedo ser sino un instrumento accidental de la justicia y un agente del destino.

El objeto de la guerra es el de conservar y facilitar el aumento de la fortuna de todo hombre pacífico y honrado.

Ningún sacrificio ha sido grande para mi corazón, porque aún el esplendor de la victoria es una ventaja subalterna para quien sólo suspira por el bien de los pueblos.

Los sucesos más brillantes de la guerra, y las empresas más gloriosas del genio de los hombres, no harían más que excitar en los pueblos un sentimiento de admiración mezclado de zozobra, si no entreviesen por término de todas ellas la mejora de sus instituciones, y la indemnización de sus sacrificios.

Mi nombre es ya bastante célebre para que yo lo manche con la infracción de mis promesas.

Buscaré en el retiro el seno de la paz, y en cada día que abrace a un viejo soldado del Ejército Libertador, recibiré la más dulce recompensa de todos mis trabajos.

El nombre del general San Martín ha sido más considerado por los enemigos de la independencia, que por mucho de los americanos a quienes ha arrancado las viles cadenas que arrastraban.

Mi juventud fue sacrificada al servicio de los españoles, mi edad media al de mi patria, creo que tengo derecho de disponer de mi vejez.

No esperemos recompensa de nuestras fatigas y desvelos, y sí sólo enemigos: cuando no existamos, nos harán justicia.

Declaro no deber, ni haber jamás debido nada a nadie.

El que se ahoga no repara en lo que se agarra.

Cuando uno considera que tanta sangre y sacrificios no han sido empleados sino para perpetuar el desorden y la anarquía, se llena el alma del más cruel desconsuelo.

Los hombres en general juzgan de lo pasado según su verdadera justicia, y de lo presente según sus intereses.

Un solo caso podría llegar en que yo desconfiase de la salud del país, esto es, cuando viese una casi absoluta mayoría en él por someterse, otra vez, al yugo de los españoles.

Las consecuencias más frecuentes de la anarquía son las de producir un tirano.

De los tres tercios de habitantes de que se compone el

, dos y medio son necios y el resto pícaros, con muy poca excepción de hombres de bien.

He tenido la desgracia de ser hombre público.

La conciencia es el mejor y más imparcial juez que tiene el hombre de bien, pero no para depositar una confianza que nos pueda ser funesta.

Para un hombre de virtud, he encontrado dos mil malvados.

La ambición respectiva a la condición y posición en que se encuentran los hombres, y hay alcalde de lugar que no se cree inferior a Jorge IV.

En medio de una vida absolutamente aislada, gozo de una tranquilidad que doce años de revolución me hacían desear.

En muchas cosas, la dicha no es un bien real, sino imaginario.

Por regla general los revolucionarios de profesión son hombres de acción y bullangueros; por el contrario los hombres de orden no se ponen en evidencia sino con reserva.

Si algún servicio tiene que agradecerme la América, es el de mi retirada de Lima.

No hay bien cumplido en esta vida.

Ya veo el término a mi vida pública, y voy a tratar de entregar esta pesada carga a manos seguras, y a retirarme a un rincón a vivir como hombre.

Es necesario tener toda la filosofía de un Séneca, o la impudicia de un malvado para ser indiferente a la calumnia.

Serás lo que hay que ser, si no eres nada.

Si no hay arbitrio de olvidar las injurias, porque este acto pende de mi memoria, a lo menos he aprendido a perdonarlas, porque este acto depende de mi corazón.

He estado, estoy y estaré en la firme convicción de que toda la gratitud que se debe esperar de los pueblos en revolución, es solamente el que no sean ingratos.

Para los hombres de coraje se han hecho las empresas.

Tan injusto es prodigar premios como negarlos a quien los merece.

Mi mejor amigo, es el que enmienda mis errores o reprueba mis desaciertos.

César habría hecho morir al nieto de Pompeyo si no hubiese escuchado un buen consejo.

Al hombre honrado no le es permitido ser indiferente al sentimiento de la justicia.

Nada suministra una idea para conocer a los hombres como una revolución.

Más ruido hacen diez hombres que gritan que cien mil que están callados.