Aguilera

Eran los apagones de inicio de los años setenta. Era el mismo calor y ese mismo deseo de salir a los portales, a las calles, al contén, para pasar unas horas que pasarían lentas solo si nosotros dejábamos que así pasaran.

Era la oscuridad absoluta de unas lámparas apagadas para ahorrar combustible, de unas lunas siempre cambiantes y, a veces, cuando la brisa soplaba desde el Monte Barreto, de unos cocuyos que volaban a nuestro alrededor para recordarnos, juguetones, esa luz que tanto nos faltaba.

Salimos a la calle y surgieron dos bandos de niñas y niños. Nunca supimos cómo, pero surgieron dos bandos.

Desde la acera del sur, los afinados decidieron cantar las canciones de su cantante favorito. Desde la acera del norte, la de mi casa, los del oído duro y el temblor en la garganta decidimos cantar las del nuestro. Los adultos decretaban, con sus aplausos, a…

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