
La alegría mundialista, que ojalá se extienda, atenúa lo áspero de la realidad. Por ejemplo la amenaza como expresión pública permanente de algunos dirigentes. La violencia posible.
La euforia mundialista -que ojalá permanezca hasta después de la final del domingo 18- generada por la Selección y por Messi invade cada momento del presente. (A propósito, ¿es Messi el argentino más querido en el mundo en los tiempos modernos? Maradona, por caso, fue admirado e idolatrado, pero no querido como el rosarino).
La desmesurada cobertura, sobre todo televisiva, parece no dejar espacio para contener el subidón anímico. Y por las razones que fuere (el argumento repetido es la necesidad de festejar en un país agobiado por las crisis) la alegría ocupa hasta los rincones. Desde el debut frente a Arabia Saudita, pero sobre todo, y con lógica, luego de los triunfos frente a México y Polonia, el país transita en la levedad del optimismo deportivo.
Sin embargo, y sin ánimo de ser quien le saque la nariz al payaso, no todo es Mundial, y la realidad espera en sordina. Lo que asoma no es para tranquilizarse: la naturalización de la amenaza como expresión cotidiana en el espacio político y social. De tan reiterado ya no llama la atención, y allí germina el riesgo.
No hay día, o parece no haberlo, en que un dirigente no recurra a la amenaza como forma de intervenir en la discusión pública.
La extorsión mayor nació junto a los procesos judiciales de la vicepresidenta. El “si la tocan a Cristina/qué quilombo se va a armar” muestra su filo de tensión creciente a medida que se acerca el fallo en la causa por la obra pública en Santa Cruz. De hecho, en estas horas en el kirchnerismo analizan si movilizarse el martes 6. Seguidores y opositores tienen derecho a manifestarse, pero distinto es someter a la sociedad a la incertidumbre de la violencia como posibilidad cercana.
No es el único intento de amedrentar. Pablo Moyano se constituyó en la encarnación del apriete como conducta crónica. Hace semanas, y frente a la posibilidad del regreso de un candidato de Juntos por el Cambio a la presidencia, avisó: “Si vuelven, vamos a ser los primeros en salir a la calle”.
En estas horas se sumaron los representantes piqueteros, incómodos con la revisión de los planes sociales: “Si avanzan, va a haber quilombo”, dejaron saber sin medios tonos. Y no porque se discuta la cantidad (que es válido repasar) sino por la posibilidad de examinar aquellos casos en que dueños de propiedades, autos y hasta ahorros en dólares reciben la ayuda estatal. “¿Dónde está la norma que dice que no se puede comprar dólares?”, desafió desvergonzado Juan Grabois, en un nuevo ejemplo del relativismo moral que permite discutir hasta lo indiscutible.
No siempre se trata de la amenaza de copar la calle. Desde el gremio ATE de Capital, su secretario general se sumó a la lista de amenazadores seriales y se envalentonó: “Si la condenan a Cristina, paramos el Estado”. Cada cual atemoriza con lo que puede.
La lista es larga e incluye a personajes menores como el juez Juan Ramos Padilla, quien también llamó a una “pueblada” en defensa de la vicepresidenta.
Sin que signifique un augurio, pero frente a definiciones trascendentes y entendiendo a las palabras como anticipo de las conductas, ninguna violencia debería sorprender.
Fuente: Clarin