
LA HABANA, Cuba. — Durante tres días de marzo de 2003, el terror se apoderó del país. La detención de varias decenas de opositores y periodistas independientes, en medio de aparatosos operativos policiales, conmovía las ciudades cubanas en todas las provincias. Los curiosos se mantenían alejados de los uniformados… por si acaso.
Los detenidos fueron enviados a las mazmorras, sin ventanas, luz o agua, de los cuarteles de la Seguridad del Estado. La incertidumbre ante el próximo paso fue la carta más importante de la dictadura ante el crecimiento de la oposición democrática.
¿Como soportar el dolor de la prisión injusta sin rendirse ante el opresor? ¿Se preguntaría esto José Martí, que fue condenado a prisión política a los 17 años, la misma edad de muchos de los jóvenes presos por la rebelión del 11 de julio. La respuesta inspiradora del Apóstol quedó esculpida en mármol:
“Mírame, madre, y por tu amor no llores
Si esclavo de mi edad y mis doctrinas
tu mártir corazón llené de espinas.
Piensa que nacen entre espinas, flores.”
Para el apóstol de nuestra libertad, el amor a su madre Leonor Pérez, fue escudo y espada.
Nadie narra esos días de dolor y espanto de marzo de 2003 como Yolanda Huerga, la esposa del poeta Manuel Vázquez Portal. En aquellos momentos aciagos, Yolanda Huerga supo que su vida ya no sería igual.
“Cuando el 19 de marzo de 2003, entre las 5:30 y 5:45 de la tarde, abrí la puerta de mi casa a la policía política, supe que mi familia iba a ser cercenada y mi hijito de 9 años condenado a sufrir vejaciones”, refiere Yolanda.
La mayoría de los presos tenían como principal delito ser poetas, escritores, periodistas y poseer una vieja máquina de escribir o una destartalada cámara fotográfica.
Quedó un prontuario de historias narradas en primera persona sobre esas tristes y a la vez luminosas jornadas en que la hombradía y el amor, filial y de pareja, se erigió por sobre la tormenta represiva.
José Daniel Ferrer, junto a su hermano, en Palmarito de Cauto, era la voz insurrecta del oriente cubano. Esa voz patriótica e irredenta la amplificó Belkis Cantillo, la esposa de José Daniel. Ella resistió el acoso, los mítines de repudio y los intentos de humillación durante la visita a las cárceles donde estaba su marido.
Fue la manzanillera Laura Pollán, maestra de profesión y esposa de Héctor Maceda, uno de los periodistas encarcelados, quien mejor encarna la metamorfosis de mujeres sencillas y trabajadoras que, por obra y gracia de la maldad gubernamental, se convirtieron en heroínas. Porque, desmintiendo a cierto dramaturgo, nadie nace héroe, lo hacen héroe las circunstancias y la actitud que tienen al enfrentarse a ellas.
Laura Pollán, Bertha Soler, Blanca Reyes, Miriam Leiva, Gisela Delgado, Magaly Broche, Sonia Álvarez (esposas de Héctor Maceda, Ángel Moya, Raúl Rivero, Oscar Espinosa Chepe, Héctor Palacios, Librado Linares, Félix Navarro, en ese orden), entre otras, conformaron el movimiento Damas de Blanco, un grupo de mujeres que, con sus marchas dominicales por las calles, puso de rodillas a la tiranía, por mucho que la Iglesia Católica quiera llevarse el mérito por la liberación de los 75.
Las Damas de Blanco resistieron como leonas la embestida de las turbas… en sus casas, en las calles, en sus centros de trabajo y estudio. Hubo un domingo que soportaron siete horas un mitin de repudio en medio de un parque, rodeados por una caterva de delincuentes al servicio de la dictadura, que les gritaban insultos y obscenidades y les impedían moverse del lugar.
Gloria a esas mujeres. A madres como Concepción Carrillo (la de Iván Hernández Carrillo), a hijas como Saily Navarro (la de Félix Navarro). Esposas como las ya mencionadas y otras que harían interminable el texto, solo por amor, resistieron la embestida del odio y la infamia.
De aquellos días de horror y gloria, quedó el amor, el esfuerzo, la resistencia, la esperanza.
Cubanet