Una sociedad de víctimas necesita de un Estado bien dotado que suprima los derechos individuales en nombre del “bien común”

Fidel Castro con el actual primer ministro Justin Trudeau en brazos (Foto: Archivo)

El izquierdismo moderno se ha deconstruido completamente tras la irrupción del concepto inicial nacido de la revolución francesa. Probablemente uno de los más grandes responsables del resurgimiento y nuevo discurso ideológico del izquierdismo es Karl Marx, quien con su obra “Manifiesto del Partido Comunista” sentaría las bases de la lucha de clases que presenciaría la humanidad en los próximos siglos.

No obstante, esa mirada utilitarista de Marx, en la que los seres humanos batallarían exclusivamente en un apartado económico también fue siendo desplazada por los postulados de los nuevos pensadores izquierdistas, quienes concibieron que la batalla en los hechos y en la ciencia estaba completamente perdida, y por ende, el movimiento debía ahora iniciar una nueva insurrección cultural capaz de relativizar todo aspecto de la vida humana y a partir de allí generar los cambios concebidos por pensadores como Marx.

Es por todo esto que el izquierdista moderno está muy lejos de ser ese hombre “patriótico”, corajudo, fuerte y machista que apareció en la Unión Soviética, o incluso, el mismo que a mediados del siglo anterior dio el golpe en Cuba para construir la revolución comunista. Los Fidel Castro han ido muriendo para dar a luz a los Justin Trudeau, los líderes barbudos y varoniles en la izquierda, han empezado a ser enterrados para poder ver el surgimiento de esta nueva clase de líderes “sensibles”, de aspecto refinado, aparentemente pacifistas y de buenas intenciones.

Es cierto que todavía podemos ver grandes contrastes entre las izquierdas de países desarrollados y los tercermundistas, Nicolás Maduro, el dictador venezolano, evidentemente no encaja con ese perfil del líder simpático, sensible y casi afeminado que mercadea mejor las causas de izquierda, no obstante, pese a su evidente falta de originalidad, Maduro en los últimos años ha empezado a abrazar las causas progresistas, a utilizar lenguaje inclusivo, dirigir mensajes a la comunidad LGBT, hablar de racismo —en una nación como Venezuela donde nunca han existido problemas raciales—, entre otras cosas, con el objetivo de ganar puntos en la comunidad internacional, la aprobación de los burócratas de la Unión Europea y Washington, y así poder seguir atropellando los derechos humanos de sus ciudadanos, sin tener encima la vigilancia estricta de las principales potencias.

No hay dudas que siguen existiendo grandes divergencias entre las izquierdas que gobiernan en naciones como Venezuela, Perú, Cuba, Nicaragua o Bolivia, comparada a la de grupos políticos que manejan naciones como Estados Unidos, Canadá o España, pero el izquierdismo moderno que ha calado en el primer mundo es justamente el que ha ido enterrando a los Fidel Castro y Nicolás Maduro, tratando de limpiar la imagen del socialismo, para así ir construyendo una nueva épica igualitarista en el mundo.

Para nadie es un secreto el poder cultural que ejerce Estados Unidos sobre el resto del planeta, con o sin intención, las causas políticas, culturales y sociales que trascienden en la sociedad americana, rápidamente repercuten en el resto de los países del continente americano y Europa. Ese poder, ese imperialismo cultural que ejerce la primera potencia, se ha convertido en algo incontrolable y anárquico, pues ya no depende exclusivamente de los políticos la penetración de sus causas en otras naciones, se ha hecho algo completamente orgánico; ya no es solo Hollywood y la industria del cine, o los grandes conglomerados comunicacionales quienes marcan la pauta, ahora cualquier activista de TikTok o Twitter puede tener una gran influencia en el resto del mundo, en países donde ni siquiera hablan sus propios idiomas, y justamente las redes sociales —con un demostrado bias a favor de la izquierda—, con el poder que tienen para difundir narrativas a través de sus algoritmos, han logrado ir construyendo este nuevo movimiento izquierdista caracterizado por una característica en concreto: el victimismo.

Los arquetipos mentales del izquierdista moderno

En la actualidad podríamos discutir por horas a qué nos referimos exactamente cuándo hablamos de izquierdismo, algunos harán referencia a la Unión Soviética, al Partido Comunista de China, o al régimen cubano, otros preferirán seguramente mencionar al Partido Liberal canadiense, al Partido Demócrata en Estados Unidos, el PSOE en España o los socialdemócratas de los países nórdicos; sin embargo, lo cierto es que, pese a ese mundo abstracto de visiones izquierdistas de la sociedad, y a ese gran cumulo de movimientos que se identifican con causas redistributivas y colectivistas, el único punto que los une es el de la victimización.

No existe, ni existió, jamás, algún movimiento de izquierda, que no tenga en su discurso la cualidad de víctima, de oprimido, pues, a fin de cuentas, ellos, en teoría, luchan para salvar al mundo de las injusticias y arbitrariedades.

Es por todo esto que preferimos hablar de izquierdismo, en lugar de socialismo, comunismo, progresismo, nacional socialismo —nazismo—, o socialdemocracia, pues, a fin de cuentas, todo el mundo de la izquierda, por ambiguo y abstracto que pueda ser, ha utilizado el papel de víctima para consolidar sus ideas y proyecto político.

Gracias a esto, el izquierdista moderno se ha convertido en una especie de grupo atrapalotodo que alberga un sinfín de causas “políticamente correctas”: son activistas por los derechos de los homosexuales, transgénero, mujeres, discapacitados, negros, migrantes, musulmanes en sociedades occidentales, indígenas, además de ser también animalistas, ambientalistas, y toda causa que pueda ser bien vista por la sociedad. Está claro que, la mayoría de las causas apoyadas o sustentadas por estas organizaciones de izquierda, son buenas y legítimas, ese no es un tema de discusión; el problema radica en que realmente los izquierdistas utilizan buenas causas para movilizar políticas colectivistas, que lejos de resolver las “injusticias” que ellos dicen detestar, lo que hacen es agravarlas.

Los izquierdistas actuales además tienen una necesidad profunda de llamar la atención y que sus voces sean escuchadas. No importa la causa —legítima o ilegítima—, ellos necesitan que los escuchen, que sus publicaciones en redes sociales reciban respuestas y muchos “me gusta”, necesitan constantemente estar en esa lucha contra el “mal y la opresión”. Y todo esto se debe en gran parte a que el izquierdista moderno también posee un inocultable sentimiento de inferioridad que les hace actuar en consecuencia con rabia y odio hacia sus supuestos opresores.

Si se realiza un análisis superficial sobre el aspecto de los activistas de izquierda que gobiernan las conversaciones en TikTok, Twitter o Instagram, es fácil notar que se trata de personas con su cabello pintado en colores explosivos, con muchos piercings, tatuajes, y ropas que le hagan “sobresalir” del común denominador. Ellos necesitan ser “diferentes”, que se note su falta de amoldamiento con la sociedad, y su aspecto disruptivo es un grito al cielo clamando por atención. Tienen diferentes géneros o sexualidades, inventan cada semana una nueva categoría de género o minoría discriminada que obligatoriamente deben defender, ya no basta solo con las minorías raciales, ni con los homosexuales, hay que encontrar nuevas causas que defender, y así luchar por los derechos de los gordos, de los enanos, de los pelirrojos, en definitiva, de todo aquel que no sea una mayoría o ellos consideren débil, y, por ende, en su mundo derrotista, es una víctima del sistema.

Sin embargo, sin importar las consignas que griten y la cantidad de post que publiquen en redes sociales, generalmente estas personas tienen personalidades autodestructivas, con baja autoestima, sentimientos depresivos, y por supuesto, mucha victimización.

Una investigación publicada en 2021 por la Asociación Americana de Psicología, llamada “Aclarando la estructura y la naturaleza del autoritarismo de izquierdas”, firmado por Thomas H. Costello y Shauna M. Bowes (Universidad de Emory); Irwin D. Waldman y Arber Tasimi (Universidad de Emory); Sean T. Stevens (Universidad de Nueva York y Fundación para los Derechos Individuales en la Educación); Scott O. Lilienfeld (Universidad de Emory y Universidad de Melbourn), denota alguna de las principales características de las personas autoritarias.

En seis estudios para los que analizaron a 7.258 personas en total, los investigadores validaron su medida de autoritarismo de izquierdas, que denominaron “Índice de Autoritarismo de Izquierdas”. Los resultados indicaron que el autoritarismo de izquierdas se compone de tres dimensiones principales:

Según el análisis científico, la primera es la agresión anti jerárquica. Las personas que puntúan alto en esta dimensión están de acuerdo con afirmaciones como «Hay que despojar a los ricos de sus pertenencias y su estatus» y «Hay que sustituir el orden establecido por cualquier medio».

En el segundo punto se señala la “censura de arriba abajo”. Las personas con alta puntuación en esta dimensión están de acuerdo con afirmaciones como «Debería tener derecho a no estar expuesto a opiniones ofensivas» y «Deshacerse de la desigualdad es más importante que proteger el llamado «derecho» a la libertad de expresión», lo que en resumidas cuentas vendría a ser parte del fenómeno de la llamada cultura de cancelación que hoy se vive en gran parte del hemisferio occidental.

El tercer apartado es el anticonvencionalismo. Las personas que puntúan alto en esta dimensión están de acuerdo con afirmaciones como «Todos los conservadores políticos son tontos» y «Hay que abolir las ‘formas anticuadas’ y los ‘valores anticuados’».

Costello y los demás investigadores también descubrieron una gran coincidencia en “los rasgos de personalidad, los estilos cognitivos y las creencias entre los que puntuaban alto en el autoritarismo de izquierdas y los que puntuaban alto en el autoritarismo de derechas”. Según el estudio “ambos grupos presentaban niveles elevados de mezquindad y audacia psicopática, dogmatismo, desinhibición, concienciación, necesidad de cierre, creencias de determinismo fatalista, creencia en teorías conspirativas y creencia en un mundo peligroso”.

Por parte de ambos grupos también presentaban tendencias a elaborar medidas de agresión conductual contra los oponentes políticos.

«Las personas con actitudes autoritarias -ya sean de extrema izquierda o de extrema derecha- tienen perfiles psicológicos característicamente similares. En concreto, parecen compartir una constelación de rasgos de personalidad, características cognitivas y motivaciones que podrían considerarse el ‘corazón’ del autoritarismo», dijo Costello a PsyPost.

La nueva investigación, sin embargo, señala diferencias importantes entre los autoritarios de izquierdas y los de derecha. Por ejemplo, los autoritarios de izquierdas puntuaron sistemáticamente más alto que sus homólogos de derechas en las medidas de neuroticismo, creencia en la ciencia y disposición a prohibir las opiniones contrarias.

Los izquierdistas también eran más propensos a haber usado la fuerza en nombre de una causa política en los últimos cinco años y a haber participado en protestas violentas durante el verano de 2020.

Los resultados divulgados por la Asociación Americana de Psicología respaldan el carácter de hombre jugando a ser Dios en aquellos individuos con pensamientos de izquierda autoritaria, que también pueden presentarse en ciertos grupos o miembros de la derecha ideológica autoritaria, aunque en menor medida.

Los datos más vinculantes confirman que el izquierdista moderno carece de estoicismo y los agobia la hipersensibilidad, convierten en ofensa cualquier comportamiento que les haga sentir amenazados, y a su vez, intentan transmitir sus inseguridades y complejos de víctima al resto de la población, incluso si ello implica ir en contra de la ciencia y la biología. Así, por ejemplo, han llegado a sustituir la palabra madre por “personas que dan a luz”, para así no “ofender” a los transgéneros, a su vez, alegan que los hombres pueden menstruar, sin embargo, cuando se trata de conversaciones sobre el aborto, dicen que los hombres no pueden opinar sobre una materia que les compete únicamente a las mujeres; solo en esos casos parecen seguros de saber definir lo que es una mujer, en otros casos no pueden hacerlo.

Por ejemplo, la ahora juez de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, Ketanji Brown Jackson, quien fue nominada por el presidente Joe Biden, en una de las audiencias del senado le consultaron “qué es una mujer”, y ella dijo que no podía responder a esa pregunta debido a que ella no era biólogo.

También aseguran constantemente que la policía es mala y que hay que desfinanciar los cuerpos de seguridad, mientras que paralelamente piden estrictos controles de armas, pues según ellos, solo el Estado debería estar facultado para estar armado. Dicen creer ciegamente en la ciencia, pero afirman que los hombres también pueden abortar, consideran que el Gobierno es corrupto, pero luchan para que el Estado cobre más impuestos y tenga cada vez mayores atribuciones.

Más curioso aun, los más fervientes voceros de las causas izquierdistas son realmente personas privilegiadas, que acudieron a las mejores universidades de Estados Unidos, que crecieron en barrios ricos, sin pasar trabajo, y van por la vida en búsqueda de una misión, de una identidad, para tratar de resolver sus vacíos existenciales.

La Federación Americana de Maestros, el sindicato más poderoso de todo el país ha dirigido sus contribuciones al Partido Demócrata de la siguiente manera, en todas las campañas electorales desde 1990.

1990: 97.9% 1992: 98.5% 1994: 99.4% 1996: 99.1% 1998: 98.9% 2000: 99.2% 2002: 99.3% 2004: 98.0% 2006: 99.1% 2008: 99.1% 2010: 99.4% 2012: 99.4% 2014: 99.0% 2016: 99.7% 2018: 99.8% 2020: 99.6%

Fuente: Corey de Angelis, National Director of Research: American Federation for Children.

Esto quiere decir que, durante los últimos 30 años, el sindicato de maestros más poderoso de Estados Unidos tiene una inclinación por encima del 98 % a favor de la izquierda, lo que explica el crecimiento del movimiento “woke” en las altas y educadas clases sociales, el surgimiento de estas nuevas guerras culturales, y la proliferación de burócratas profesionales incrustados en altos niveles de Gobierno, cada vez más identificados con las causas izquierdistas.

Para los izquierdistas, además, no es suficiente con defender a las minorías o marginados de la sociedad, también deben hacerle frente y detestar a su contrapartida: es decir, a los hombres exitosos y/o fuertes. Toda persona exitosa es una amenaza para su forma de ver el mundo, y debido a su naturaleza, les oprime. De hecho, esta realidad sobrepasa el ámbito personal y se extiende a culturas, naciones e ideologías, por eso mismo los izquierdistas odian a Estados Unidos, a la civilización occidental, a los judíos, al libre mercado, pues no soportan nada que sea exitoso, fuerte, duradero y tenga estética; los abruma, odian la belleza e idolatran la fealdad, y lo hacen porque detestan la meritocracia y la competencia, y reconocer lo estético y hermoso les obligaría a admitir que unas personas son mejores y más talentosas que otras.

Una sociedad de víctimas necesita de un Estado bien dotado que suprima los derechos individuales en nombre del “bien común”, con el propósito de que las “desigualdades” no puedan expandirse, y que los “buenos” no sobresalgan de los “malos”, para así no herir los sentimientos de nadie. Abolir el éxito individual es la fórmula adecuada para compensar a los fracasados y que no se sientan miserables en su inutilidad.

Los izquierdistas son expresamente antiindividualistas y están siempre a favor del colectivo. Consideran que la sociedad les debe algo a ellos, y no que ellos deben otorgarle algo a la sociedad, quieren al “Estado presente” para que resuelva sus problemas, en lugar de intentar resolver los problemas por ellos mismos.

Detrás de todos los mensajes de odio a la riqueza o al éxito, realmente se esconde es un profundo sentimiento de inferioridad y envidia, y en vista de que no se consideran capacitados para competir con personas más educadas o entrenadas que ellos, necesitan que el Estado disponga de redistribución de riqueza, cuotas de género, raza o estrato para aplicar a ciertos beneficios, y otro tipo de discriminación positiva que les equilibre contra quienes han decidido estudiar, entrenar y trabajar, para lograr las metas de su vida.

El rechazo a la ciencia y al objetivismo es otra forma de destrozar el sistema de incentivos en toda sociedad, y así, a través de relativismos poder generar cambios sociales a través de políticas públicas.

Los izquierdistas adoran el Estado y los burócratas con una devoción absoluta, casi como si fuera una religión, pues cada político o pequeño burócrata, es un semidios que tiene la capacidad de cambiar su suerte con la firma de un solo decreto que le confiera de alguna licencia, protección, o beneficio especial. Las creencias de los izquierdistas son casi teológicas, por ello la lógica y los hechos, jamás serán capaces de modificar sus pensamientos, pues los argumentos no pueden competir contra el fanatismo y la pasión.

Los izquierdistas tienen además un enorme problema para hacerle frente a sus responsabilidades, jamás son culpables de nada, así tengan ellos el poder. El presidente Biden durante su campaña dijo que “cualquiera que sea responsable de la muerte de 220,000 personas por el covid no debería ser presidente”, sin embargo, tras él asumir el poder, el número de muertes por covid sobrepasó el millón, y a diferencia de cuando era candidato, jamás culpó al Gobierno Federal —encabezado ahora por él— de ello.

El presidente Biden también escribió en Twitter: “Esta es mi promesa: Si soy elegido presidente, elegiré siempre unir en lugar de dividir. Asumiré la responsabilidad en lugar de culpar a los demás. Nunca olvidaré que el trabajo no se trata de mí, sino de ti”.

Sin embargo, pese a su promesa, cuando la inflación alcanzó la cifra más elevada en 40 años, por encima del 8 % en marzo del 2022, culpó inmediatamente a Putin por la invasión de Ucrania —iniciada el 24 de febrero del 2022—, y la mismo justificación dio para el incremento de los precios de la gasolina, aun cuando tanto la inflación, como la gasolina, llevaban un año incrementando de manera significativa debido a las políticas económicas de su administración, a su guerra contra las energías fósiles, y al cierre de oleoductos claves para la importación de crudo desde Canadá.

Además de ello, en medio de mensajes realmente contradictorios, culpó a los republicanos —la derecha— de querer subir los impuestos de los americanos, cuando es algo abiertamente notorio que es su partido el que pide elevar los impuestos y ensanchar el tamaño del Estado, y sus contrarios piden reducir la carga tributaria.

El comportamiento de Joe Biden no es muy distinto —a nivel propagandístico— al de los dictadores de Cuba o Venezuela; en la isla tienen más de 60 años bajo un régimen socialista que ha llevado a su población a niveles de miseria exacerbados, y desde hace décadas culpan al “imperio” del “bloqueo económico” que los inhibe de progresar, y esa misma excusa es utilizada por el régimen chavista en Venezuela, que llevó al 94,5 % de su población a la pobreza en el año 2021, según estudios de la Universidad Católica Andrés Bello.

Curiosamente, los regímenes de Venezuela y Cuba también llevan décadas culpando al “neoliberalismo” —libre mercado— de los peores males ocurridos en sus países, sin embargo, eso no les inhibe de simultáneamente achacarle a Estados Unidos la responsabilidad de sus pésimas condiciones, por negarse a comerciar libremente con ellos. Ergo, el libre mercado es malo, pero la culpa de su pobreza es que Estados Unidos no les permite comerciar libremente.

 

Nota del editor: Este texto forma parte del libro de Emmanuel Rincón «El hombre jugando a ser Dios«.

Emmanuel Rincon

Emmanuel Rincón es un escritor y abogado con premios literarios internacionales y 8 libros publicados. Es CEO de Informe Orwell y la consultora política Regional Renaissance

Origen: informeorwell.com