Nota publicada en «Cubanos Por la libertad» Grupo en Facebook.

Hace ya casi dos años murio mi madre, Esperanza de los Angeles Toledo Campanioni. Nunca pensé que fuera tan duro, y mucho más al saber que no me dejarían estar cerca de ella en su lecho de muerte, ni siquiera en su funeral, porque no me permitirían a mi país, donde nací y me crecí.

Soy uno de los cientos de miles de cubanos que decidió ser libre y asumir el alto costo de esa libertad. Y no encuentro consuelo, como creo que tampoco lo han encontrado los cientos de miles que han pasado por esta pesadilla.

Para el gobierno cubano yo cometí un grave delito. Nunca hubo jueces, ni abogados, ni corte, sólo una sentencia que nunca se publicó: “Luis Casanova y los que abandonaron la misión en Curazao no pueden entrar más al país”.

Mi familia nunca fue revolucionaria. A principios de los años 60 mis tíos y mi madre lucharon, junto a muchos otros cubanos, en las lomas del Escambray, para defenderse de la nueva dictadura. Fueron arrestados y juzgados en la llamada “Causa X”. Mi madre fue separada de su familia, desterrada de su ciudad natal, y enviada a La Habana. Mis tíos cumplieron injustas condenas de cárcel y más tarde fueron enviados a campos de concentración o “pueblos cautivos” en Pinar del Río.

Mi padre, un hombre integral, profesional de carrera y de formación revolucionaria, ha sufrido las consecuencias de tener a sus dos hijos en Estados Unidos. Para él ha sido un duro golpe que sus hijos decidieran emigrar. Pienso que no tuvimos opción. En Cuba, o estás con ellos o estás en contra de ellos.

Recuerdo aquellas largas noches sin electricidad, donde –junto a muchos jóvenes de mi generación – gritábamos frustrados “Abajo Fidel”. Tuve suerte que nunca me apresaron, pero mi madre, familiarizada con las crueldades del sistema, sabía muy bien que éste aplasta a los que se le oponen, y temía lo peor.

Pude salir de Cuba en una misión de trabajo a Curazao, donde me enviaron por exceder en mi profesión. Allí laboraba como un esclavo para pagar una deuda contraída por el gobierno de Cuba con el astillero de esa isla. Las agotadoras jornadas, unidas a las crueles condiciones laborales y a las humillaciones a que éramos sometidos los trabajadores cubanos, me obligó a tomar una decisión: pasar de esclavo a hombre libre. Y me escapé, sin pasaporte, ni documentos, junto a Fernando y Alberto, dos de mis compañeros de trabajo. El gobierno cubano pagó para que nos capturaran, pero con la ayuda solidaria de Olivia y José, y de muchos otros buenas personas, salimos finalmente de Curazao.

La travesía fue larga y llena riesgos. Pasamos a través de Venezuela sobornando a miembros de las fuerzas armadas chavistas, que aceptaban desesperados los dólares del enemigo. En Colombia, sindicalistas de ese país fueron muy solidarios, pero la mano del gobierno cubano es larga y en Colombia corríamos peligro. Entonces decidimos, con la ayuda generosa de Olivia, Liduinne y José León, comenzar la búsqueda de asilo político en Estados Unidos.

Hubo muchas personas que nos ayudaron y a los cuales quiero reiterarle mi agradecimiento y el de mi familia: Tomás bilbao, Frank rodriguez, Carlos, Joel brito, sin la ayuda de ellos hubiera sido imposible llegar a tierras de libertad y sentirme seguro.

A partir de aquí la historia es conocida: el trabajo profesional de John Thorton y del resto del equipo de abogados logró que un juez federal –por primera vez en la historia- dictara una sentencia en contra del uso de trabajo esclavo por parte del gobierno cubano con la complicidad de negociantes sin escrúpulos.

No me arrepiento de lo que hice y lo volvería a hacer. No guardo rencor, pero sabré reclamar justicia con cuando llegue el día, esa justicia que le fue negada a mi madre y su familia. =

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